martes, 22 de mayo de 2007

Un día con "Barbas"

Era lunes festivo y el reloj estaba próximo a marcar las 7:10 a.m., nos encontrábamos en frente de la Estación Inferior de Transporte que conduce al Cerro de Monserrate; las taquillas de venta de boletas para subir por teleférico o funicular estaban inundadas por personas que seguramente estaban próximas a visitar el santuario, a propósito de la celebración de la ascensión del señor. A pesar de que era temprano el sol iluminaba la mañana y la acostumbrada brisa que sopla por el este movía de un lado a otro las banderas que adornaban los balcones de la estación. Un hombre de unos 30 años dirigía un grupo de personas y detrás de ellas se encontraba Barbas, subí un par de escalones para acelerar el encuentro, mientras Barbas me saludaba diciendo “Señorita, que pena la demora pero es que un peye no dejó dormir anoche”. Días antes habíamos acordado encontrarnos en las taquillas para después visitar su casa que estaba a pocas cuadras. Nos dirigimos a nuestro destino, ascendimos cerca de tres cuadras y sus zapatos llamaron increíblemente mi atención, llevaba una camiseta blanca, un pantalón beige y unos Puma vinotinto; su pelo lucía como de costumbre, algo desordenado, y su barba, atributo físico que dio lugar al apodo por el que todos lo conocen, también estaba algo despeinada; constantemente lo veía reír y a pesar de que le faltaban varios dientes, su sonrisa le daba un mejor aspecto; el color de su piel acumulaba cientos de tardes en los que estuvo expuesto a los rayos del sol por la condición de su trabajo; las uñas de las manos lucían largas y acumulaban mugre en su interior. Sin embargo su aspecto era impecable ya que lucía ropa limpia, a la medida y en buenas condiciones.

Una vez nos alejamos un par de cuadras de la Estación Inferior de Transporte que conduce al Cerro, el paisaje se tornó diferente en cuanto a que habían viviendas precariamente construidas; muchos de los elementos que integraban las paredes eran objetos reciclados como latas o cartones o en el mejor de los casos madera, los techos eran protegidos con plásticos y algunas puertas al carecer de sistema de seguridad eran atadas con cuerdas. Las mayoría de las casas estaban habitadas por personas humildes y el interior de éstas albergaba en promedio entre dos y cinco personas.

Exteriormente las construcciones se tornaban inestables en cuanto a que las bases eran inclinadas por las condiciones de suelo; entre el pasto y los árboles se encontraba el lugar donde vivía Barbas, menos de cuatro metros medía su casa; sin embargo, dicho espacio era suficiente para acomodar sus pertenencias. En un rincón tenía extendida una colchoneta que semanas atrás reposaba sobre un catre que ya para estos días había vendido para comprar vicio; contigua a ésta habían dos sillas de corte clásico, envejecidas por el paso del tiempo y con la espuma salida del forro curtido; en frente, una mesa de unos 50 cm. de altura que servía a su vez como base para las velas con las que recientemente iluminaba su casa, ya que las linternas que tenía en uso y le habían regalado en una droguería por prestar sus servicios, carecían de baterías y debajo de ésta habían un par de bolsas cuyo contenido me rebeló minutos después. Sobre la colchoneta reposaban un par de cobijas y del espaldar de las sillas colgaba cerca de tres mudas de ropa. Pese a que las paredes estaban hechas en madera, éstas habían sido recubiertas con cartones y plásticos para evitar las filtraciones del frío y la lluvia. Unas vigas improvisadas sostenían unas tejas metálicas; no obstante, éstas no tenían el espesor suficiente para cubrir la totalidad de la construcción. El lugar era cálido a pesar de que habían varios lugares por los que traspasaban corrientes de viento.

Hacía cerca de hora y media que había empezado el día para Barbas, hacia las 6:00 a.m. se había levantado para acudir al encuentro que tenía conmigo; sin embargo, éste se había retrasado porque como era habitual para él, antes de salir a las calles debía comer algo. La noche anterior a nuestra reunión, había asistido a una panadería en la que habitualmente le regalaban comida pero por ser domingo no fue mucho lo que recibió, así que el lunes empezó para este hombre de 54 años con más hambre de la habitual. Para él los puentes significaban incertidumbre frente a su suerte alimenticia ya que entre semana en las ventas de pollos, comidas rápidas y panaderías al finalizar el día le dan lo que sobra pero los festivos en que dichos lugares normalmente no abren, tiene que rebuscarse la comida de otra forma; bien sea acumulando la que entre semana logra recoger o visitando vecinos con los que se colaboran en dicho aspecto. Su búsqueda de comida tardó cerca de 50 minutos, tiempo en el que visitó una casa de familia en la que usualmente le dan dinero o alimentos por hacer favores y mandados. Los víveres que le dieron los llevó hasta su casa y los compartió con un compañero que vive a pocos metros de su residencia.

Una vez desayunó, bajó al “Chorro Padilla” a lavarse la cara y a cambiarse de ropa, porque a su parecer es de suma importancia lucir presentado y despierto después de levantarse de la cama, posterior a esto se dirigió a la estación en donde habíamos acordado encontrarnos a las 7:00 a.m. y desde entonces he pasado la mayor parte del día con él.

Hacia las 8:00 a.m. nos dirigimos al lugar donde Barbas usualmente prepara sus alimentos, el sitio quedaba a unos cuantos metros de la casa pero a diferencia de ésta reposaba en una superficie relativamente plana. El espacio donde un gran número de personas se reunían para cocinar, era improvisado en cuanto a que tenía la apariencia de un kiosco donde el techo estaba integrado por plásticos, cartones y tejas; las partes lateral izquierda y posterior de éste estaban resguardadas por cartones y madera para evitar la filtración del viento que podía apagar el fuego que permanentemente permanecía encendido. Un tarro de unos dos litros de capacidad estaba a poca distancia de la fogata, en su interior había gasolina; sin embargo, el contenido de éste podía variar entre alcohol, tíner o acpm. Las vasijas donde cocinaban los alimentos las proveían en conjunto; no obstante, Barbas fue enfático al señalar que las cosas no tenían un período largo de vida en el monte porque muchos preferían venderlas para poder comprar vicio. -A mí no me gusta vender lo que me regalan pero igual lo hago porque yo no tengo donde guardar las cosas, claro que una madrecita me deja meter las cositas que me encuentro en la calle o que me regalan las hermanitas de Santana en un garaje- dijo Barbas mientras abandonábamos el lugar en donde estábamos. Tras un corto lapso de tiempo finalizó diciendo: - de todas formas a mí no me importa acumular cosas, no tengo a quien dejárselas ni con quien compartirlas, claro que también tengo mis perritos, usted no los vio porque ellos son libres como yo pero ellos vuelven en la tarde, son unos bacanes y los tengo lo más de cuidaditos-.

Un cuarto de hora más tarde abandonamos el barrio Germania para tomar la vía de La Circunvalar y fue entonces cuando Barbas me habló de su llegada al mundo que hoy en día lo rodea.

Normalmente y después de desayunar, Barbas, como prefiere que lo llamen, vuelve a su cama a dormir porque a su parecer la tarde es más provechosa que la mañana. Después de una segunda siesta se dirige a “La Olla” en búsqueda de vicio, todo lo que gana el día anterior lo consume en marihuana y mientras está bajo los efectos de la droga prefiere que nadie lo vea, se aleja unas cuantas horas de la realidad y cuando se siente en sus cinco sentidos se va a la 33 con 15 a cuidar los carros que estacionan en una de las sedes de la Funeraria Los Olivos, cuando no hay vehículos, va a panaderías, ventas de pollo y restaurantes a que le regalen lo que sobra en el día y más tarde visita casas de familia a las que les hace favores y les bota la basura. Su diario vivir no tiene cronograma alguno ya que todo depende de lo que pasa en las calles.

Una vez llegamos a la circunvalar tomamos la vía que conduce a la 26, bajamos todo ese trayecto hasta encontrar la carrera 15, el recorrido no fue fácil porque a pesar de que había poco flujo vehicular, la vía estaba en cierta forma transitada y como el andén por el que avanzábamos era tan angosto se lograba sentir la gran cercanía con los carros que pasaban. Unas cuadras después nos detuvimos en una cafetería que por ser lunes festivo estaba cerrada. Avanzamos dos cuadras largas y volvimos a detenernos, pero ahora en frente de una casa de familia a la que desde hace varias semanas le estaba botando unos escombros a cambio de dinero o comida. Una señora de unos 55 años abrió la puerta y posteriormente el candado de la reja de su casa, hizo seguir a Barbas y le dio un par de tulas para que terminara de sacar los escombros de un lavadero que había tumbado hace unos días. Aparentemente las piedras lucían bastante pesadas porque eran macizas; no obstante, Barbas metió un par de ellas en la tula que le habían suministrado y reposo un tiempo, de nuevo la volvió a poner en su hombro y se la llevó a una casa que estaban remodelando a pocas cuadras, arrojó el contenido de la tula al lado de los escombros de la otra construcción y volvió a la casa de la que veníamos. Repitió el recorrido tres veces más y posterior a esto el hijo de la señora a la que le había colaborado le dio entre monedas y billetes unos $5.000 pesos; una vez se despidió, nos dirigimos a una venta de pollos en la 32 con Caracas en la que la administradora apenas lo vio venir le alistó una bolsa llena de huesos y otra de pollo asado. Barbas la recibió muy agradecido y las repartió en tres bolsas, dos con sólo huesos y otra con el pollo, las que contenían los huesos se las dio a una mujer que tenía dos perros en su casa y ésta a cambio también le dio dinero.

A pesar del largo recorrido que habíamos hecho, Barbas estaba vigoroso y me pidió que lo acompañara a la funeraria en la que usualmente cuida carros para ver que velaciones iban a haber al día siguiente para llegar antes de que alguien se le anticipara. –Esto es muy reñido señorita, acá es la ley del primero, a mí a cada rato se me anticipa un hijo de puta que se la pasa por el sector y pues ni modo, igual a mí me gusta más trabajar por la tarde porque en la noche vuelvo a “La Olla” a comprar vicio. Así transcurre todo mi día me levanto, desayuno, me vuelvo a acostar, me voy a “La Olla”, me trabo por unas horas bajo a Teusaquillo a ver que hay de comer, vuelvo a trabarme y me acuesto a eso de la una de la mañana. Yo termino rendido, por eso es que trato de echarme varias siestas al día.

Todo lo que me gano lo meto en droga, no tengo que rendirle cuentas a nadie y como vivo sólo no mantengo a nadie, vivo en mi cambuche porque allá nadie me molesta y porque no tengo que pagar nada por él, a mí no me gusta eso de pagar $7.000 pesos por noche eso prefiero metérmelo.

Este hombre de 54 años demuestra más vigor que un joven de 30 porque cada vez que lo veo por las calles va a paso acelerado con un gran número de bolsas con comida en sus manos, o en otros casos lo veo haciendo favores a editoriales, droguerías, restaurantes o casas de familia donde recompensan sus mandados bien sea con comida, ropa, objetos o dinero.

Hay ocasiones en las que pasan días enteros en los que no se deja ver por nadie, al poco tiempo aparece con objetos que ofrece en venta; a pesar de que no tiene rumbo fijo frecuenta varios barrios entre los cuales se encuentran Santafé, Teusaquillo y La Soledad. Hace cerca de 10 años dejó de cometer asaltos y crímenes porque dice haberse reconciliado con Dios. Su actual labor está en colaborar a las personas que le suministran alimento o dinero.

Aparentemente vive feliz con la vida que lleva porque alardea de su independencia y señala en cada momento que el fue muy malo y cambió por iniciativa propia, vive alegre en su entorno porque a pesar de que el contexto no es nada fácil no se deja de nadie. Presume que nada lo va a hacer cambiar porque en su diario vivir no afecta a las personas.

Un día con Jairo Muñoz Villa trascurre en absoluta calma pese al duro contexto que lo rodea, su vida es más activa de lo que alguien externo a él se podría imaginar y a pesar del pasado que tuvo cuenta con la confianza de varias familias.

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